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“En Escocia puede ser difícil hacer hablar a un individuo. En España, lo espinoso es conseguir que se calle” (J. A. Vallejo Nájera)


        
            No sé quién es este señor, pero es una verdad muy grande. 
Es cierto que el español habla mucho, y la mayoría de las veces lo hacemos con un volumen de voz alto. Vete a cualquier bar o restaurante y verás como a la hora sales con un dolor de cabeza impresionante, aparte de que hayas bebido alcohol. Mi padre recientemente me dijo que decidió dejar una terraza de verano porque aquello parecía un palomar. 
Claro ejemplo de que hablamos demasiado alto es cuando vas a un restaurante chino. No se oye casi nada, de hecho entras con miedo, creyendo que están rezando y estás interrumpiendo. Y, acto seguido, seguro que tú también flojito, porque capacidad de mimetización tenemos todos.
Pero yo creo que realmente esta frase hace más referencia al contenido que a las formas. El español no se calla cuando habla de lo que no conoce, somos listos, cultos, y conocemos de todo, absolutamente de todo, sin excepción. Nuestros días tiene 24 horas como los del resto de países, regiones, provincias, etc del mundo, pero nosotros al parecer lo aprovechamos mejor porque tenemos una cultura impresionante. Esto está perfectamente amparado en las estadísticas de lectura de este país; siguen siendo las más bajas de Europa. Hay que joderse.
Y lo peor es que vamos a peor, valga la refundoncia (juas), es que aquí el más tonto hace relojes. Que te sacas un curso de diez horas de cómo conectar el ordenador con la mano derecha, pues vas y presumes de ello, y encima vienes y me dices cómo lo tengo que hacer. Hay que joderse.

Pero también hablamos demasiado cuando hablamos del de enfrente, del de al lado, del de arriba y del de abajo, pero de nosotros y los nuestros bien que nos callamos; cuando juzgamos sin saber, que es la mayoría de las veces; cuando arreglamos el mundo en la barra de un bar con una caña, y de paso aburrimos a las cabras; cuando criticamos a quien nos rodea, principalmente por envidia (deporte nacional de este país, ¿o es que creíais que eres el fútbol?); cuando convencemos a nuestra madre pa´ que nos done el hígado en vida (otro deporte de alta práctica y bajo riesgo en este país); cuando defendemos nuestra inocencia a capa y espada o cuando ocultamos nuestra baja autoestima.

Vamos, “Dime de que presumes y te diré de que adoleces”. Y en este país se presume mucho.

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