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"El dinero y los hijos se hacen de jóvenes" (Un mercader en mi pueblo)

        
       

       Es lo mejor que he escuchado en los últimos tres meses. Vamos, desde que lo oí. 
Iba yo una mañana de miércoles acompañada por mi madre, o yo la acompañaba a ella, por el mercado semanal de mi pueblo, cuando nos paramos en un puesto de uno de los mercaderes a mirar un sujetador para una servidora. Allí había centenares de sujetadores, todos revueltos, la posibilidad de que diera con el mío era más baja que de que me eche novio y que me aguante, pero no abandoné con facilidad. Un sujetador no iba a poder conmigo. 
Después de unos diez minutos removiendo aquel montón de intimidad femenina y pedirle imperiosamente a mi señora madre que me diera su opinión sobre uno que llevaba en la mano, el buen hombre se acercó a preguntarme si era el que me interesaba llevarme, más que nada por darme una bolsa. Justo en ese momento le espetó a una señora con la que llevaba una conversación a la que yo no había prestado la más mínima atención: "El dinero y los hijos se hacen de jóvenes". 
Creo que tardé diez segundos en pagar, meter el sostén en la bolsa, coger a mi madre de la manita y salir de allí disparada.
Si existen las señales, esa era clara: tengo 31 años, cobro el paro y no tengo pareja. 
No es que me joda no tener hijos, a pesar de que la maternidad no acaba al cumplir los 31 años, ni se muere nadie por no ser madre, lo que me jode es que encima voy a ser más pobre que las ratas. 
Yo no sé de dónde se sacó el hombre esa teoría, pero a mí me amargó todo lo que me quedó de día. Y eso ocurrió a las doce de la mañana, más o menos. 

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