El segundo aspecto que se ve directa y altamente afectado es la capacidad de concentración. Se va anulando paulatinamente a favor de colocar la mente en un punto ajeno al presente. O en mil a la vez. ¿Qué creemos que ocurre cuando un aparato, tan pequeño y tan potente, como es el móvil, puede ofrecer mil y una distracción, la mayoría sin una necesidad ni beneficio, no ya mental o psicológico, sino vital?
Que se haya creado una necesidad imperiosa en acceder a fuentes constantes de mil y un estímulo, que no permite ser desarrollado en tiempo y forma porque el siguiente adquiere más importancia (y, por supuesto, aún más innecesidad si cabe) tiene mucho mérito. Sustituir la necesidad real del descanso, la reflexión, la lentitud, la observación por un elemento totalmente contrario, absolutamente innecesario, y potencialmente nocivo para la salud; y conseguir que millones de personas claudiquen sin la más mínima duda o rebeldía...Éso ya es de premio. Claramente lo dijo Aldous Huxley: “Amaremos la esclavitud”. ¡Con qué tranquilidad le arrebatamos a la iglesia el poder de someter al pueblo a través de la fe y del miedo, con qué naturalidad el pueblo se rebela contra ese sometimiento y, sin embargo, cómo claudica ante este “mundo feliz” de sobreinformación, estímulos y consumismo!
Nos neutralizan como personas sintientes, te conviertes en un autómata con diseño específico, con un rendimiento, con unas necesidades creadas impropias de un ser humano libre, te conviertes en un número con capacidad para consumir. Y así, alejados de nuestra esencia como ser vivo sintiente, estamos abocados al abismo, a la desnaturalización, a la locura, al desequilibrio, al mal.
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