Me encuentro con este texto leyendo la revista Ethic, el apartado que tiene sobre pensamiento me es interesante, y me ha parecido muy completo. Se titula "La acción del no hacer nada, la compañía de la soledad”, lo firma Esmeralda R. Vaquero.
El documento en sí es para leerlo más de una vez porque merece la pena, está lleno de frases que permiten un profundo análisis y mantenerlas en el pensamiento. En sí el título ya permite un análisis interesante: ¿Entendemos por producir la actividad constante? La respuesta, desgraciadamente, es sí. Por poner un ejemplo, que se puede observar en algo tan cercano como es el ámbito laboral: Tienes que trabajar una serie de horas, independientemente de cómo afecte a la producción, incluso si es inferior, la persona va perdiendo facultades para obtener sus objetivos y, a larga, no sólo afecta a la producción, sino a la salud mental. A mi parecer, trabajar por objetivos es la mejor forma de que una persona rinda, se consiga una productividad acorde a las necesidades y se respeten los límites del trabajador.
Por tanto, y acorde a lo que indica el título, la productividad llega en el barbecho, es decir en el descanso, la paz, la soledad, la tranquilidad. De hecho, sin ese proceso el rendimiento puede no llegar a producirse. La sabia madre naturaleza es un claro ejemplo (siempre lo es). Dejar las tierras un año sin siembra, conocido tradicionalmente como barbecho, es la forma en las que se les da el necesario descanso para su siguiente producción. La naturaleza, elemento que, además no entiende de prisa (la siembra de una semilla no conlleva la recogida inmediata del fruto por más horas que se le pida a la tierra o a la planta), necesita un proceso natural en el que, por meses, no habrá una respuesta. Está en proceso de germinación hasta que llegue el momento de salir a la luz. Sí se puede apreciar el caso contrario, que validaría esta realidad, cuando consumes productos del campo dentro de un proceso de creación y producción contranatura y acelerado: alimentos que no tienen sabor, o no se parece al que corresponde con el producto, especialmente duros o blandos, textura irreconocible y tamaños similares.
“Apagar las máquinas de la prisa para encender la luz del pensamiento. Es entonces cuando se produce la verdadera actividad productiva, si entendemos ésta como la capacidad para generar análisis, opinión, conciencia crítica y aprendizaje”.
Este tipo de análisis deberían formar parte de la educación desde muy temprana edad. Ahora, pregunta seria: ¿Queremos, o quieren, que los humanos, individual y/o colectivamente, generen opinión, conciencia crítica y aprendizaje? Porque puede que ahí se halle la respuesta a la necesidad de actividad constante y producción permanente.
En el ensayo “La condición humana”, de la filósofa Hanna Arendt, se alude a la «vida activa», la que se genera a partir de las relaciones entre las personas y la que desemboca en las decisiones políticas –política entendida como la organización de la población que se habita. Me resulta tan hermoso pensar que la política, actualmente, se entendiese como la forma de organizarse la población, siendo ésta la forma más natural, pura y efectiva de actividad. Con lo corrupta y, tan de espaldas que vive de la población. Que la principal fuente de creatividad y productividad fuese la pureza de las relaciones sociales. Sería volver al origen, sería un reseteo. Puede que cuando Catón hablase de «estar activo» se refiriera precisamente a ésto, a tener la posibilidad de acceder a una reflexión profunda sobre ciertos aspectos que conciernen a la convivencia y poder tomar acción sobre ello.
Para Arendt, al igual que para Catón, el pensamiento es actividad, por su potencialidad de convertirse en algo tangible. Y yo añado, útil y productiva. ¿Recuerdan cuando Churchill afirmó que el problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes? Basándonos en ésto, no tendría ningún sentido generar verdadera productividad, si lo que valoramos es el reconocimiento. Algo que, por otro lado, carece de sentido, si no siembras, no recoges. Pero, como hemos creado una sociedad que vende humo, pues obvio gana la partida la apariencia.
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